04 Dec
04Dec

Una vez alguien me dijo que no era consciente del poder que tienen las palabras, del efecto que pueden llegar a causar en aquellos que las escuchan. Sí, las palabras, algo tan común y cotidiano, que ha hecho que muchos de nosotros olvidemos lo poderosas que pueden llegar a ser.  

Desde niños, nos enseñan a hablar y escribir. A medida que vamos creciendo, nuestro dominio del lenguaje va perfeccionándose y puliéndose, y cada uno adopta lo que yo he llamado su "lenguaje propio". Por mucho que busquemos, no encontraremos dos personas en el mundo que tengan la misma forma de expresarse.

Y es que las palabras esconden una fuerza inexplicable, fuerza que en muchos casos no conocemos hasta el momento en que las pronunciamos, haciendo que dejen de ser pensamiento. Porque, hay palabras que te quitan el aliento, y otras que te dan la vida. Hay palabras que te hunden en lo más profundo, y otras que te hacen soñar despierto. Hay palabras que cortan como si fueran cuchillos, y otras que sanan como la mejor medicina. 

Pero al fin y al cabo, todas iguales: palabras.

Para no quedarme en la mera teoría, os pondré un ejemplo. Y, en cuanto a efectos de la palabra, los mejores ejemplos los encontramos en política. Solo tenemos que fijarnos en cómo dictadores como Adolf Hitler o Franco consiguieron cautivar y movilizar a cientos de miles de personas gracias a ese arma principal: la palabra.

Por ello, al igual que con cualquier elemento de poder, hay que tener cuidado con el uso que hacemos de él. Porque utilizando las palabras adecuadamente, no solo conseguiremos mejores relaciones con los demás, sino sentirnos mejor con nosotros mismos. Una persona que siempre esté de mal humor, usando palabras pobres y despectivas, acabará forjándose un pensamiento y forma de ver la vida pesimista, gris, deprimente. Sin embargo, si utilizamos palabras respetuosas, entusiastas y alegres, llenaremos nuestra vida de optimismo y color.


Porque las palabras no se las lleva el viento. Se quedan ahí, donde están, en el recuerdo. Así que parémonos un momento antes de hablar,  pues muchas veces la felicidad no es más que eso, una cuestión de P A L A B R A S.



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